Casino Flotante de Puerto Madero. Su instalación creó cierto conflicto en la ciudad, tal vez esa fue la razón para instalarlo sobre el agua. Incluso actualmente hay un paro de empleados que lleva varios días, debido a la desorientación por la pertenencia al sindicato: empleados de lotería y juegos de azar u obreros marítimos.
La intención de esta publicidad es solo mostrar esa mínima parte divertida: “132 mesas de juego y miles de anécdotas divertidas”.
Aunque las más sorprendentes y más numerosas deben ser las historias sórdidas, y los mejores contadores de las mismas son los taxistas, aún con la dosis de exageración natural.
Entre los pasajeros no falta el que se jugó la casa, el auto y la familia (y perdió). El hombre que toma el taxi de madrugada, se besa estruendosamente con una hermosa mujer, la deja en su casa y le dice al conductor: “vamos hasta Luján”; por el espejo retrovisor descubre que el amante se transforma en un sacerdote y el destino final es la Basílica. Tampoco faltan los chinos que se quedan dormidos de tan borrachos y al llegar despiertan a gritos a su gente, ya que no tienen un peso por haberse jugado todo (muchos orientales tienen fama de jugadores compulsivos).
Los caminos para indagar la suerte son insondables. Empleados/as que la buscan aprovechando la hora de almuerzo que otorga la oficina. El propio taxista que dice tener que mantener una familia numerosa jugándose la recaudación del día, y que al volver a la calle no puede entregar un vuelto por no quedarle ni una sola moneda para volver a su hogar. Incluso el hombre que toma un taxi para viajar 250 kilómetros, hacer esperar el coche, retirar dinero de su casa y volver en el mismo para insistir en alguna de las 132 divertidas mesas.
Hay una coincidencia entre las historias que cuentan los taxistas que llevan pasajeros del casino: parecen fantásticas, pero los protagonistas son personas.
Hay un axioma que nunca fue derribado: la banca siempre gana.
La intención de esta publicidad es solo mostrar esa mínima parte divertida: “132 mesas de juego y miles de anécdotas divertidas”.
Aunque las más sorprendentes y más numerosas deben ser las historias sórdidas, y los mejores contadores de las mismas son los taxistas, aún con la dosis de exageración natural.
Entre los pasajeros no falta el que se jugó la casa, el auto y la familia (y perdió). El hombre que toma el taxi de madrugada, se besa estruendosamente con una hermosa mujer, la deja en su casa y le dice al conductor: “vamos hasta Luján”; por el espejo retrovisor descubre que el amante se transforma en un sacerdote y el destino final es la Basílica. Tampoco faltan los chinos que se quedan dormidos de tan borrachos y al llegar despiertan a gritos a su gente, ya que no tienen un peso por haberse jugado todo (muchos orientales tienen fama de jugadores compulsivos).
Los caminos para indagar la suerte son insondables. Empleados/as que la buscan aprovechando la hora de almuerzo que otorga la oficina. El propio taxista que dice tener que mantener una familia numerosa jugándose la recaudación del día, y que al volver a la calle no puede entregar un vuelto por no quedarle ni una sola moneda para volver a su hogar. Incluso el hombre que toma un taxi para viajar 250 kilómetros, hacer esperar el coche, retirar dinero de su casa y volver en el mismo para insistir en alguna de las 132 divertidas mesas.
Hay una coincidencia entre las historias que cuentan los taxistas que llevan pasajeros del casino: parecen fantásticas, pero los protagonistas son personas.
Hay un axioma que nunca fue derribado: la banca siempre gana.
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2 comentarios:
Yo más que anécdota sórdida, recuerdo una noticia sórdida: la de un turista francés que a poco de haber ganado, se fue tranquilo caminando al hotel que no quedaba muy lejos y fue baleado.
Esto me parece fue al poco tiempo de inaugurarse el casino, cuando todavía no se había acuñado la palabra "motochorro".
Durante mi estadía en Buenos Aires, en el año 2007, tuve la idea de recorrer la costa del río desde Retiro hasta Tigre.
Bajaba en la estación que quería visitar, y luego seguía viaje, así llegué a Tigre a la noche.
Me habían dicho que el casino tenía restaurant y estaba abierto todo el día.
Además de cenar, jugué en las máquinas tragamonedas, estuve hasta la madrugada.
Cuando salí del casino dos hombres se ofrecieron amablemente a oficiar de guías turísticos, me preguntaron de dónde venía, les contesté de Europa, por un lado tenían razón, yo estaba perdida, no sabía viajar, quería volver con el mismo tren pero debía esperar dos horas y las calles estaban desiertas. El ofrecimiento era interesante.
Había un segundo tren, paralelo al Tren de la Costa, que también me llevaría a Retiro, pero no me arriesgué a caminar con desconocidos a la ribera de un río en medio de la oscuridad en la madrugada.
No puedo asegurar que tenían malas intenciones, pero la probabilidad de un asalto o algo peor era igual que en el casino. La banca siempre gana.
Hay un proverbio que dice: "El avisado ve el mal y se esconde, mas los simples pasan y llevan el daño." Proverios 27:12
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