domingo, 13 de julio de 2008

Diana Cazadora

Muy pocos porteños conocen a la plaza Agustin P.Justo por su nombre, o no recuerdan que es la que se encuentra frente al edificio de la Aduana, rodeada por las avenidas Paseo Colón, Belgrano y las calles Azopardo y Moreno. Entre los más destacado, la plaza alberga la escultura de Ártemis o Diana Cazadora, una reproducción de la original, mejor conocida como Diana de Versalles, que reside en el Museo del Louvre en París , y cuya historia está ligada a reyes y amantes (Enrique II de Francia y Diana de Poitiers, también amante del antecesor Francisco I).

En realidad, la Diana de Versalles es una representación romana que se remonta al antiguo original realizado en bronce y atribuido al griego Leocares.
Estas reproducciones artísticas permiten en primera instancia remontarse a la Roma Imperial, ya que existieron algunas Dianas Cazadoras dispersas por los romanos alrededor del Mediterráneo, como las más lejanas halladas en Libia y Turquía. Hasta nuestros días y respetando los mejores legados de la antigua Grecia que sobrevivieron como rasgos estilísticos significativos en los sucesivos imperios occidentales, perduran reproducciones contemporáneas que pueden hallarse en lugares tan diversos como el jardín botánico de Copenhague o el Parque de Villa Demidoff en Pratolino, Florencia…y Buenos Aires.

La historia de Diana es fruto de la senda espiritual seguida por la humanidad cuando adoraban a la naturaleza, el Sol, la Luna y la materializaban con misteriosos rituales y formas humanas…todo encuadrado en la mitología clásica.

Robert Graves en “Los Mitos Griegos” sostiene que para comprender cualquier interpretación de los inmortales griegos se “debería comenzar con análisis de los sistemas políticos y religiosos que prevalecían en Europa antes de la llegada de los invasores arios procedentes del norte y del este. Toda la Europa neolítica, a juzgar por los artefactos y mitos sobrevivientes, poseía un sistema de ideas religiosas notablemente homogéneo, basado en la adoración de la diosa Madre de muchos títulos, que era también conocida en Siria y Libia.” (Los Mitos griegos, 1985. Alianza Editorial, Madrid).
Es decir que para Graves la religión de dioses varoniles solo comenzó a existir después de que las primeras sociedades griegas fueron invadidas por los aqueos. Si bien parece haber mucha especulación en el modelo de Graves, debido principalmente a los nuevos análisis refutadores que indican que ciertas invasiones no fueron tales, sino mas bien producto de la dinámica propia de asimilaciones de diferentes poblaciones, lo cierto es que en la Europa de fines del Paleolítico hasta el Neolítico predominaron ciertas estatuillas femeninas (de diferentes materiales) conocidas como las “Venus”, que a pesar de tener un significado indescifrable hasta el momento (y tal vez por siempre), sin dudas formaban parte de un sistema de creencias religioso relacionado a lo femenino.

Las Venus de la antigüedad, se estiman en unos 10000 años AP (antes del presente). Se distribuyen por casi toda Europa en diferentes materiales como piedra, arcilla o asta. Imagen tomada de Arte/rama, Editorial Codex s.a., 1961

En el mismo libro, Graves describe que esta Diosa Madre estaba representada por una tríada de las diferentes fases de la Luna, esto es la nueva, la llena y la vieja, que recordaban a la mujer en su estado de joven doncella, fértil en su etapa media y vieja matriarca hacia el final. Diana o Ártemis, es para Graves una más de las fases de esta Diosa femenina.
Esta transcripción fragmentada del mencionado libro describe un poco la personalidad y las principales acciones de Ártemis:
“…hija de Zeus y Leto…hermana de Apolo, está armada con arco y flechas como él; posee el poder de producir pestes y la muerte súbita entre los mortales y también el de curarlos. Es la protectora de todos los niños pequeños y de todos los animales que maman, pero también le gusta la caza, especialmente la de venados…diosa del parto…”
Acerca de su castidad, concedida por Zeus a pedido de ella misma, Graves se refiere que “…en otra ocasión Acteón, hijo de Aristeo, se hallaba recostado en una roca cerca de Orcomenes cuando vio a Ártemis bañándose en un arroyo no lejano y se quedó contemplándola. Para que luego él no se jactase ante sus compañeros de que ella se había mostrado desnuda en su presencia. Ártemis lo transformó en un ciervo y con su propia jauría de cincuenta sabuesos lo despedazó”. (Graves atribuye este tramo del mito a Higinio: Fábula 181 y Pausanias: ix.2.3.
Evidenciada entonces la antigüedad de la creencia a partir de la persistencia del mito, esta escultura está ligada firmemente a la oscuridad de los tiempos convertida en leyenda. El antropólogo inglés de fines del siglo XIX y principios del XX James Frazer, autor de “La Rama Dorada” (para algunos el padre de la disciplina, mientras que otros lo acusan de determinista, racista y que nunca vio a un aborigen a menos de cien metros) recoge en el libro “Magia y Religión” (Ed.Leviatan, Bs.As., 1993) una recóndita historia situada en Nemi , en el Lacio italiano, donde se supone fue hallada (según los curadores del Louvre) la escultura original de Diana. Frazer viajó a esta región en 1899 y comenta que a orillas del lago de la villa de Nemi, se ubicaba el santuario de Diana Nemorensis o Diana del Bosque, cobijado por un bosque sagrado, donde “…había un árbol alrededor del cual rondaba una figura siniestra durante todo el día y probablemente también hasta altas horas de la noche…” (Frazer). Este personaje era un sacerdote que de acuerdo a un extraño ritual, rotaba con el procedimiento de matar a su antecesor y ser asesinado por un sucesor. Se supone que era el Rey del Bosque, el Rex Nemerensis. Frazer entiende que esta costumbre bárbara sobrevivió a la etapa imperial de Roma.

El mito mas afamado acerca del surgimiento del culto a Diana en Nemi indica que llegó por Orestes “…quien luego de matar a Thoas, rey del Quersoneso Taúrico (Crimea), huyó con su hermana a Italia, llevando la imagen de Diana Taúrica en un haz de leña…” (Frazer). Esta leyenda se va tejiendo e hilvanando con otras de la vieja Europa, cuyas compilaciones e interpretaciones (bastante especulativas aunque atractivas desde el punto de vista literario) forman el voluminoso libro de “La Rama Dorada”, que no es ni mas ni menos que el muérdago, una planta mágica, arraigada en el no menos mágico roble, y que significaba una “rama” de poder, dorada por el carácter amarillento que adquiría una vez que se lo cortaba.

Desde el oscuro pozo del tiempo Diana parece perdurar en esta plaza porteña como una sobrevivencia del pasado, manteniendo su pequeño santuario del bosque, protegiendo a los indigentes “sin techo” que viven y se instalaron en ella, ajenos a la sociedad, que parece olvidarlos, como los porteños al nombre de esta plaza; incluso así como siempre fue casta, esta Diana cazadora porteña permanece aún invicta del vandalismo que suele predominar en la ciudad con respecto a las obras de arte.


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