domingo, 20 de abril de 2008

Galería Guemes

Sobre la calle peatonal Florida, la Galeria Guemes posee una distinción singular. Cúpulas, vitreaux, mármol, balcones internos y mucho bronce enmarcados en la exquisitez del estilo Art Noveau.
Tiene salida a la calle San Martín y es atravesada por miles de porteños los días de semana en horario de trabajo, desde hace unos 90 años.
Los ascensores antiguos pero efectivos, con detalles de bronce que enaltecen a tan funcional aparato.
Las diferentes entradas de acuerdo al nombre de las calles, están resaltadas en bronce, hierro forjado y lo mejor del diseño Art Noveau. Aquí la de la calle Mitre, pero frente a esta, aún puede leerse el nombre de “Cangallo” como una supervivencia de la tradicional calle que ahora se denomina “Tte.Gral.Juan Domingo Perón”. Cuando recién se había modificado el catastro, durante el gobierno de Alfonsín (1983-1989), siguiendo una línea reivindicativa histórica de algunos protagonistas históricos, algunos humoristas le decía a esta calle “Juan Domingo Cangallo”.
Locales tradicionales y modernos, actualmente es patrimonio arquitectónico de la ciudad de Buenos Aires. Vale la pena la página web, con fotos, historia y anécdotas: http://www.galeriaguemes.com.ar/

Un dato interesante:

Saint Exupery no solo fue un pionero de la aviación, también fue autor de “El Principito”.
Así escribía:
"...Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones..."

"Viví así, solo, sin nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de beber para ocho días.
La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía:
- ¡Por favor... píntame un cordero!
-¿Eh?
-¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario hombrecito que me miraba gravemente.
Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la culpa. Las personas grandes me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas.

Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de toda región habitada. Y ahora bien, el hombrecito no me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo.
Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:
- Pero… ¿qué haces tú por aquí?
Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:
-¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al hombrecito (con un poco de mal humor), que no sabía dibujar.
- No importa - me respondió-, píntame un cordero!
Como jamás había dibujado un cordero, rehíce para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:
- ¡No!, !No! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi casa es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.
Entonces dibujé un cordero. El hombrecito lo miró atentamente y dijo:
-¡No! Este cordero está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar

Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
-¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos…
Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.

-Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrabateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:

-Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Con gran sorpresa mía el rostro de mi joven juez se iluminó:
-¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba para este cordero?
-¿Por qué?
-Porque en mi casa es todo tan pequeño…
-Alcanzará seguramente. Te he dibujado un cordero bien pequeño.
Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:
-¡Bueno, no tan pequeño…! !Mira! Está dormido…
Y así fue como conocí al Principito.

Antoine de Saint Exupery, El Principito, capitulo 2.

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